Nacional, Sunday 15 de October de 2017

Se cumplen mil días de la muerte del fiscal, que apareció muerto en el baño de su casa solo un par de horas antes de presentarse ante la Comisión de Legislación Penal de la Cámara de Diputados de la Nación Argentina.

Existen acontecimientos que conmueven de tal manera a una sociedad que nos permiten, pese al paso de los años, acordarnos dónde estábamos al momento de conocer esa noticia.

O por lo menos, con la muerte del fiscal Nisman, eso es lo que me pasa a mí. Al día me hoy recuerdo perfectamente despertándome en mi casa, en mis vacaciones, sin entender qué es lo que había pasado.

Natalio Alberto Nisman (1963 – 2015) falleció el domingo 18 de enero de 2015 producto de un disparo en la cabeza en su departamento de la Torre Boulevard del complejo Torres Le Parc, en el barrio porteño de Puerto Madero.

Y si bien la muerte siempre es trágica e inoportuna, la suya revalida estos términos y los lleva a su máxima expresión. Nisman murió solo un par de horas antes de presentarse en la Comisión de Legislación Penal de la Cámara de Diputados de la Nación Argentina, repartición ante la que iba a comparecer por invitación de las entonces diputadas Patricia Bullrich y Laura Alonso para extender la denuncia que presentada contra el Gobierno K por presunto encubrimiento a los iraníes imputados en la causa AMIA.

“Gustavo”, como solía decirle la magistrada Sandra Arroyo Salgado en los años que duró su matrimonio, estaba en su momento de máxima exposición pública. El miércoles 14 de enero, y tras haber regresado de manera anticipada de sus vacaciones, había denunciado a la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Todo a partir de la que era la investigación de su vida, y en la que había desembocado tras haber sido designado 11 años antes por Néstor K para encabezar la unidad especial que investiga la causa AMIA.

“La baja de las notificaciones rojas constituyó el interés central para las autoridades iraníes en este acuerdo y el canciller Timerman aceptó y contribuyó a ello. Hizo todo lo posible para que ese objetivo fuera cumplido por Interpol, más allá de sus declaraciones públicas en sentido contrario, porque sostener la verdad además de confesar su participación en el plan delictivo, hubiese sido incompatible con los reclamos de justicia” aseveraba la foja 107 de su acusación, que en la página 207 sentenciaba que “el plan pergeñado por Cristina Fernández incluyó el cese de las notificaciones rojas de Interpol”.

Dicen que por esos días, al hijo de Isaac y Sara, el teléfono no le dejaba de sonar. Pero que a pesar de lo laberíntico de su situación no tenía miedo por él, sino por su familia.

Y aunque nadie, por esos días, se animaba a vaticinar cómo podía terminar el hecho de que la presidenta reelecta estuviese denunciada por encubrir a quienes perpetuaron el atentado que dejó 85 muertos y 300 heridos, una cosa es segura: el temprano deceso del fiscal conmovió a todos.

Una denuncia, un baño, un crimen y muchas dudas. Una pistola, un disparo, evidencias y pericias. Acusaciones, carpetazos, dimes y diretes. Fein, Berni, Lagomarsino, Pachter y Stiuso. Esteche, Larroque, Timerman, Salehi, D’Elía, Khalil, Rabbani y Salinas. Dos hijas. Una vida. Y una madrugada que cambió la historia de la política reciente, desde hace 1000 días atrás.